Inside



La bulla infeliz de la avenida me despertaba. Después, esa maldita sensación de no saber dónde estás para recordar a los segundos siguientes qué hiciste hace pocas horas atrás. Lo primero que aparece en la memoria, es que durante toda la noche un hombre me empaló en reiteradas ocasiones con su pene negro perfecto, casi azulado. Aún con este cansancio terminal, recuerdo el sexo oral que le di a pesar de las constantes arcadas. Mi saliva se confundía con el vino tinto bebido y el semen blanquecino eyectado de su pene apresado en mi boca. En ese instante, placer. Ahora, asco.

Así, medio despierta, reconozco que aún estoy drogada. No sé si el techo es el suelo o si éste es él. Estoy violada, maltratada y casi inerte por el popper, absenta y todo lo generado por la euforia de un encuentro desenfrenado. A lo lejos, pero muy cerca, escucho bocinazos de autos; y a las ratas bajo el piso de este viejo edificio que intenta empinarse hasta el cielo en esta ciudad prostituida en las perversiones de quienes anhelan escapar de la soledad. Como yo.


En escenas fragmentadas, recuerdo que él fue yo y yo fui él, y ambos ella. También uno y muchos. Confusión demencial. Esta es la sensación de uno de esos sueños incongruentes de los que nadie quiere experimentar para no conocer el vértigo onírico. Ya sabes, sientes que estás cayendo a un abismo sin fin al tiempo en que las vísceras van saliendo por tu boca. Justo te despiertas cuando logras sortear el mal final. Pero soy una decadente, quise morir para ser mierda de la mierda en un sueño consciente provocado por substancias químicas aderezadas con el pene de ese desconocido y las tetas siliconadas de su amiga.

Pero ahora el tiempo corre con o sin Tánatos. Tengo el rostro colgando, está desprendiéndose del armazón óseo. Empiezo a babear hilos de saliva que caen como lava en mi piel. Me desagrada hasta el hartazgo. Me enderezo. Sigo vegetando. No debí haberme hipnotizado por las luces de la noche para finalizar la jornada con mi miseria existencial, para recordar quién soy.

Sé que hoy domingo y que es algo tarde. Aún permanezco en el limbo pero igualmente me incorporo en este impoluto sudario que huele a semen, a secreciones vaginales y a perfumes que nunca más voy a volver a oler. La desorientación es atroz. No soporto el débil black-out de las cortinas que dejan colar los rayos del cruel sol; y me asquea el olor a tabaco rancio y vivido que invade esta habitación que pareciera que sobrevive a duras penas. Me examino. Tengo sangre seca en las uñas y dos mascadas exageradas en la entrepierna. Meto mis dedos en mi vagina para comprobar si hay residuos de esperma. Huelo. No hay nada. Qué miseria tan grande es la que siento. 

Aún pegada a las sábanas, tengo escasa noción de la vida. Por la agitación que se filtra por los ventanales: afuera las personas disfrutan el día, los perros pasean por el parque. Se respira la felicidad de la normalidad. Por ahora, me desplomo en esta cama. El tiempo se detiene. Vuelvo a cerrar los ojos. Para cuando los habrá, quizá mis dolores ya no me desgarren tanto.


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