Misma sensación que siento cuando veo los pezones de Isabela sobresalir de su blusa después de que meto mis dedos untados con saliva. Botones más grandes y rosados que estos no he visto. A veces imagino que son pequeñas pollas que crecen apenas mi lengua los repasa. Protuberancias que me enloquecen cuando los desliza por mi coño inundado en su nombre.
Me confieso una pervertida en materias
amatorias. Siempre he considerado que antes de cada cita amerita alimentar el
fuego y el morbo, para en su momento, comer con las ganas de un famélico y en
la insanidad de un perturbado sexual. Por ejemplo: para enardecer el próximo
encuentro, le he pedido esta vez a Isabela que se las ingenie para que se filme con su
novio mientras están follando. Me excita tener a cuenta que antes de la
siguiente intimación, veré como él la sodomiza y como ella galopa sobre su pelvis
como una yegua desbocada. Debo reconocerme una voyerista empedernida que se
pone a mil viendo como otros lo hacen. Para saciar esta parafilia, durante un
tiempo frecuenté bares Swinger en compañía de un amante británico de pene
negro. Al entrar a estos lugares, lo primero era notar un denso olor que se
colaba por las fosas nasales. Patchouli característico de los antros en donde
el sexo es el único rey. Había uno que era mi favorito porque daba la sensación
de estar en un bar burlesque parisino de mala muerte de finales del siglo XIX.
En la barra, y envueltas en una nube de humo de cigarrillo, dos mujeres atendían
con sus ubres descubiertas. Una era muy atractiva, sus tetas caídas-grotescas
me llamaban poderosamente la atención. Daban ganas de palmotearlas y morderlas.
Empero nunca lo hice. Sí sentarme a ver cómo las parejas se seducían y se intercambiaban entre sí en la semioscuridad de los ambientes que estaban
clasificados en Soft y Hard. Con mi acompañante mirábamos, nos besábamos, nos
tocábamos y follábamos al son de las orgías casi burdas de las que a veces
participábamos; y siempre y cuando la dupla escogida fuera de nuestro agrado.
Pero qué sabe de este tipo de tugurios mi buena nena. Quizá por esto mismo me gusta tanto. A veces tengo
remordimiento de conciencia porque he corrompido su inocencia e introducido en
los derivados más oscuros del sexo. La primera vez que la vi fue en un café de
libros cercano al piso en que vivo. Era un domingo cualquiera, hacía mucho
calor; y ella estaba justo frente a mí fumando y leyendo. Lo primero, fue
quedarme pegada en su escote generoso que hacía que sus redondos melones se
asomaran sin vergüenza. Segundo, admirar sus gestos tan femeninos y su estampa
de garbo aún en esa tenida informal. Por lo general, suelo tener detectores
lésbicos y bisexuales, pero en aquella oportunidad no funcionaron. Sin embargo, y con la
excusa de recomendarle más títulos del autor que leía, me acerqué. Estrategia
que resultó en una conversación que se alargó hasta el anochecer y en el intercambio de e-mails para seguir retroalimentándonos de literatura inglesa.
La sorpresa fue grande cuando a los pocos días un mensaje suyo se encontraba en
mi Bandeja de entrada. Y así fue sucediendo. Nos escribíamos muchas cartas, hasta que en una conversación por móvil le pregunté entre líneas por su condición sexual, a lo que respondió de manera
tímida que -incomprensiblemente sentía atracción hacia mi persona-. Acto
seguido, quedamos en un parque. Y al llegar y antes de emitir palabra alguna nos
besamos dulcemente, sin escondernos de los peatones que circulaban por aquel
espacio. A diferencia del sol que ocultábase para dejar al crepúsculo reinar.
En poco rato más será nuestra sexta cita. Ya
he visto el vídeo donde folla en su rol de heterosexual con el que será su
futuro marido. Nuevamente me ha mojado su obediencia y audacia, verla en
distintas poses y cómo disfruta cuando su amor-hombre la empala. Pero lo que
más me puso fue que en escasos segundos miró el lente escondido para decirme
sólo con su expresión cuánto me necesita y desea. Es recíproco. Mientras me
ducho, concluyo en que haber sido su primera mujer ha significado estrechar un
lazo que ni las argollas de oro podrán disolver.
El agua caliente de este baño me estimula y más
ansias tengo de Isabela. Pocos minutos para que ella llegue y nos comamos
nuevamente los coños y lo que somos. Cada vez es distinto. Cada vez es más
intenso. Nuestra primera follada fue aquí mismo, bajo esta ducha. Sucedió
después de un paseo que tuvimos en bicicleta. Una vez
finalizado el largo recorrido, la invité a subir a mi piso para beber agua
helada. Sin que le sugiriera nada, me pidió tomar un baño. La tensión sexual
era evidente como también el despojo de su timidez. Desde mi habitación sentía
como el agua corría. La imaginaba jabonando su vulva, los
pechos, todo su cuerpo. Repentinamente la escuché llamarme con voz temblorosa.
Sabía lo que iba suceder. Antes de entrar me saqué la ropa, recogí mi cabello
y al abrir la puerta mis ojos se deleitaron con su figura curvilínea brillante
por el agua. Y me excité aún más con la expresión de su rostro que era igual a
la de una niña que iba a perder su virginidad. Ahí, las dos abrazadas por el
vapor y el deseo, nos besamos con desespero al tiempo en que nuestras manos
acariciaban las tetas y la entrepierna muy mojada. Gemía, temblaba,
pronunciaba mi nombre, más gemía, mi boca succionaba sus grandes pezones, ella
los míos y los dedos entraban y salían de los coños en una mutua masturbación.
Pero fue peor cuando me puse de rodillas y chupé su rosada y viscosa piel de
sabor dulce. Y así estilando, nos fuimos a la cama para lamer al mismo tiempo
nuestros labios carnosos libres de vellos, seguir revolcándonos y terminar en
orgasmos múltiples que nos dejaron agotadas de placer.
Rememorar su iniciación lésbica me ha excitado tanto que necesito tocarme. Pero no lo haré. No tiene
sentido si dentro de poco rato estará aquí. Entonces salgo, me seco y escojo
qué ponerme. Para esta ocasión elegí portaligas y un negligee negro translúcido, y sobre
éste, un vestido ceñido. Me maquillo, perfumo y subo a mis tacos.
Faltan cinco minutos. Me aseguro que todo esté en orden. La sala está alumbrada por velas, de fondo suena All mine de Portishead y sobre la mesa de centro nos aguardan dos copas de bourbon con
menta y cigarrillos de marihuana. Siento ruido por las escaleras y de pronto ha
sonado el timbre. Mi nena llegó. Y mientras camino por el pasillo hacia la
puerta para abrirle, he decidido que para el próximo encuentro no seremos sólo dos.
Incluir a su novio en un improvisado trío después de beber varias copas, creo que
será el mejor regalo de matrimonio que le pueda dar.
Magdalena os felicito por tan notable cuento pero mal he quedado.
ResponderEliminarPerversamente celestial
ResponderEliminarBuenas descripciones, me ha gustado los diferentes matices de vuestro cuento.
ResponderEliminarOs felicito
BESTIA......................
ResponderEliminarLo de incluir al novio del final ya ha sido el summum
ResponderEliminarLos instintos de la carne suelen ir a veces mas allá de lo que la mente obsena pueda desear o querer experimentar en un camino sin retorno del cual no querras volver, despertando aquello que ni en tus sueños pudiste very mucho menos saber que sentirias lo que ahora desea desnfrenadamente. . . PLACER
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